miércoles, 1 de mayo de 2013

¿Por qué?... Porque sí

Nos pasamos cada momento de nuestra vida intentando desarrollarnos como seres perfectos, capaces de destacar por las mejores cualidades positivas que se consideran en la sociedad: valor, virtud, perseverancia, humildad, valentía, tesón, esfuerzo...  Y, cuando alguien, sea quién sea, pone en tela de juicio esos valores que tanto nos ha costado construir, una bocanada de frustración nos empapa, tendiendo a considerar la irracionalidad como nuestro fuerte de batalla.

Los pequeñajos, una de las cosas que les caracterizan y que tanta gracia nos provoca es la falta de racionalidad en sus fundamentos. "Lucía, ¿por qué dibujas el árbol azul?" Y, tras una pausa, Lucía contestará  "porque sí" a pesar de saber que los árboles que conoce hasta ahora, son verdes. Esto no significa que la pequeña no sepa cuál es el color verde, o que no conozca lo que es un árbol, sino que desde un principio ella decidió usar ese lápiz de color, y ningún factor externo va a modificar su decisión, porque lo ha considerado así, y no es necesaria una explicación lógica, ya que su decisión es la justificación suficiente para que ese árbol sea azul.

Con los años, la experiencia, y los conocimientos que adquirimos a lo largo de nuestra vida, además de la madurez que nos enseña con cada decisión y momento difícil, estructuramos una lógica. Aprendemos que cada consecuencia, requiere anteriormente una causa, y que si tomamos una decisión, esta proviene de factores tanto positivos como negativos, que nos fundamentan en el uso de la capacidad racional. Pero, nuestro cerebro no es tan sencillo, y no solo de esto dependen nuestras decisiones. Si así fuera, nos encontraríamos un mundo perfecto, en el que cada uno de nosotros aprendería del pasado, y ni volvería a sufrir, ni necesitaría tropezar con piedras que anteriormente se nos han metido ya en los zapatos.

Los recuerdos y las emociones, a su vez forjadas por unos pensamientos, influyen directamente en nuestra toma de decisiones. Y, al no ser componentes racionales, interfieren en la capacidad lógica de nuestras opciones. Resulta más sencillo para una persona aconsejar a un cercano que volver a pasar por la misma situación le causará a largo plazo el mismo dolor, que para quién está viviendo esa experiencia y mantiene recuerdos anteriores.

Ese componente irracional, emocional, está muy latente, y nos ciega inconscientemente, alejándonos de la razón que tanto esfuerzo nos ha costado adquirir siendo adultos. En esos momentos, somos como Lucía, y nos reafirmamos en la decisión que tomamos, sin tener en cuenta la capacidad crítica, racional y lógica. Nuestro árbol será azul, porque así lo hemos decidido. Y aunque sepamos que el resto de árboles son verdes, y los demás nos lo confirmen, el nuestro seguirá siendo así.

Esta decisión inamovible, no afirma que únicamente nos guiemos por las emociones y la irracionalidad de nuestra persona. Porque nuestra experiencia sigue intacta en nosotros, pero, como bien nos ha criado la sociedad, sabemos que la equivocación y el cometer errores es signo de debilidad, y no debe permitirse. Ante esto, ¿qué podemos hacer? Reafirmarnos en nuestra decisión. Y, nuestro árbol, no solo será azul porque sí, sino que intentaremos que sea el mejor árbol azul, aunque todos digan lo contrario.

Ya que cada día aprendemos de nosotros mismos, de lo que nos duele, y de lo que nos hace felices de fuera, tendremos que aprender a reflejar nuestro alrededor, de una manera lógica y racional, dotándola de esos matices emocionales y de recuerdos, pero sin desviarnos de nuestro camino, sin retroceder en él. 

Las películas nos enseñan que la valentía, la lucha y la fuerza es mantenerse en pie cueste lo que cueste, ganar todas las batallas y no rendirse nunca. Pero, debemos saber precisamente por experiencia, que la verdadera valentía, honor y fuerza, está en saber reconocer que tenemos debilidades, pero qué por el hecho de saber que existen, intentamos equilibrarlas con nuestros puntos fuertes, destacando a la vez por la humildad y la perseverancia de ser cada día una persona mejor.


miércoles, 24 de abril de 2013

La magia del engaño

Solo por el hecho de vivir, de levantarnos cada día e interactuar con el medio y las personas que se hayan en él, estamos expuestos a la curiosidad, y la formación de preocupaciones en nuestra toma de decisiones para recorrer un correcto camino. En muchos sentidos, luchamos a diario para proseguir lo que consideramos más beneficioso y por supuesto justo respecto a lo que somos como personas y lo que nos merecemos por nuestro esfuerzo y dedicación a las dificultades de la vida. 

Pero, en algunos casos, nos sentimos reyes del pueblo, y atribuimos causas y consecuencias de acciones a nosotros mismos, cuando únicamente, ha sido nuestro alrededor quién las ha originado, y no nosotros. Para conseguir lo que queremos, en muchos casos estamos dispuestos a batirnos en duelo con otros reyes, e incluso traicionar a nuestros socios por salvar nuestro propio bien. Las espadas y escudos que nos dan esa templanza son la mentira y la hipocresía.

Ambas armas van de la mano, ya que con la hipocresía no existe sentimiento de culpa alguna al mentir, ni tampoco sentimiento de cobardía. Somos capaces de una vez realizado el ataque a hierro desnudo, asegurarnos de que lo hicimos en defensa propia, y no para atacar al contrario. 

Cuando cometemos errores en nuestra vida, los cuales han ido encadenados de mentiras, y han provocado dolores externos, solo somos conscientes de ellos si la hipocresía es arrancada de las entrañas. Sino, seguiremos considerando no solo que no hemos cometido daño alguno, sino que nos lo han provocado a nosotros mismos. Así, ensalzaremos nuestra figura de héroe armado. 

Hoy he podido, descubrir un texto por diversas circunstancias:


“ Un día, la vida me golpeó tan fuerte que me enseñó a resistir. Un día, me mintieron de tal forma que me dolió y entonces aprendí a ir siempre de frente con la verdad. Un día, me falló quien menos imaginaba y entendí que las palabras hay que cumplirlas y de los actos, hacerse cargo. A veces es necesario dar vuelta la página y empezar de cero, AUNQUE CUESTE O DUELA..El mejor guerrero no es el que triunfa siempre sino el que vuelve sin miedo a la batalla ”


Son palabras preciosas, que si salen de alguien digno de mencionarlas son aún más. Pero, voy a analizar los motivos por los cuales, considero que muy pocas personas pueden tener suficiente merecida estas palabras. A todo el mundo nos ha golpeado la vida, y de distintas maneras, unas más duras, y otras menos. Sí nos mienten, y somos capaces de sentir lo que duele, y ver que nos han hecho mucho daño, no lo hacemos con otra persona. Cumplir palabras, actos, y hacerse cargo de las promesas, es algo muy digno de alguien que cumple lo que promete, y muy  vergonzoso que alguien pueda decirlo si no ha sido capaz de cumplir nada, y menos si se atreve a decir "que hay promesas que no pueden cumplirse". Aquí rememoramos la definición de ser hipócrita, y considerarnos el rey más sufridor y a la vez luchador de nuestras tierras. Por último, es verdad que el mejor guerrero es el que vuelve a la batalla sin temor ni miedo, pero tenemos que entender este concepto correctamente. Volver a la vida, no volver al pasado para rodar en círculos en él. Alguien  valiente y sin miedo, es capaz de volver a la batalla reconociendo las anteriores, y corrigiendo los errores de cada una de ellas. Nadie conquistó bienes actuando de la misma manera que en el pasado, ni llorando las pérdidas de éste. 

Es curioso observar, que las personas que menos alardean de su valentía o actitud de lucha, son las más merecedoras de éstas palabras. Porque no necesitan cantar ni vitorear sus guerras ganadas, sino avanzar sin mirar al pasado ni volver a él, reconociendo que a pesar de haber dolido, han sido capaces de no volver a caer en él.

Puedes ver a un maltratador quejándose de lo harto que está o que cada día lo intenta hacer mejor, pero nunca verás a la persona maltratada vitorear que ha conseguido no volver con esa persona. Esas palabras tan bonitas, tienen que salir de esos labios, no de los hipócritas.

sábado, 20 de abril de 2013

Aquello que no se ve


Siempre nos hemos acostumbrado, a que con nuestra curiosidad, encontremos la solución y las causas de todo lo que surge en nuestras vidas. Porque sale el sol cada mañana, porque llueve, porque calienta el fuego, o que hacer cuando tenemos frío. Cada una de nuestras acciones, plantea una duda, y siempre pretendemos resolverla como si fuésemos creadores de todo el universo. Somos capaces de dar respuesta a todo lo que se ve, a todo lo que se oye, incluso a todo lo que rozamos.

Pero lo que no somos capaces de descubrir, es la causa de lo que no somos capaces de observar. Aquello que nuestros ojos no pueden sentir, que nuestros oídos no pueden percibir, o que nuestra piel no puede tocar, se hace trivial a nuestra existencia. 

Somos conscientes de que existe, que a veces proporciona una buena sensación, descanso, placer, pero otras veces duele y hiere. Es algo que se nos escurre de entre los dedos… que no podemos enganchar para observarlo, o manipular hasta dar con las causas que lo provocan. Como si no, puedes explicar el amor, el engaño, la impotencia, la felicidad, la resignación… No hay tamaño, ni posible báscula para medir la cantidad de estos sentimientos, no se puede medir con el metro de costura su magnitud, ni tampoco tocar para comprobar su temperatura. Si, el amor es cálido, pero también lo es el odio; la felicidad puede ser enorme mientras existe un pequeño engaño conviviendo con ella, y la impotencia puede ser larga incluso por un pequeño tiempo de felicidad.

Lo que para uno mismo puede ser un océano de sentimientos, puede resultar ser una única gota de esa inmensidad en otros. Los mismos momentos, y situaciones físicas, reales, objetivas, proporcionan a cada persona la posibilidad de forjar un sentimiento, un tesoro de incalculable valor, ya que es único en el mundo, y solo él conoce su peso, longitud y temperatura.

Pero a veces, es posible llegar a conocer el secreto y los tesoros de los que te rodean. Una situación, una pequeña parte de vida compartida, común entre personas, genera un diverso abanico de posibles sentimientos, pero, el origen es el mismo. Las entrañas de donde surgen esos alijos, son comunes. Y… a pesar de tener en el museo guardado esa baratija para algunos, pero tesoro para otros, es posible entender su significado, porque en el fondo, la valía es la misma.

Porque para lo que alguno es resignación, para el otro es comprensión; para lo que alguno es amor, para el otro es cariño… y para lo que uno es sentir, para el otro es sentir.

jueves, 18 de abril de 2013

Ahogarse en las emociones

Muchas veces, nuestros sentimientos pueden gobernar nuestra realidad y sumirnos en una enredadera de emociones que ni la persona más poderosa del mundo puede deshacerse de ella. Que daríamos y sacrificaríamos cualquier beneficio nuestro por no experimentar ese caos mental en nuestro interior. 

¿Qué nivel de rumiación podemos aguantar? ¿Hasta cuando diría basta nuestra máquina de pensar? ¿Tenemos límite de tiempo para experimentar dolor psicológico?


Una de las maravillas de los seres humanos es el mecanismo de adaptación al medio, y su tolerancia a los cambios físicos. ¿Ocurre lo mismo con el dolor emocional?


Conseguimos que con la rabia o el enfado, nos duela la cabeza y nos falte incluso el aire, y con la tristeza que pinche el corazón. Pero, ¿podemos ejercer decisiones en esos estados? ¿Somos dueños de esas emociones?

Obviamente, cada persona es distinta, y en cada uno de nosotros está la fortaleza de sobrevivir a esos ahogos emocionales.

La racionalidad y el pragmatismo deben ser los anticuerpos de este virus. La vida constituyen interacciones diarias, que a través de pensamientos generan esas emociones. Observar detenidamente la lógica de ese pensamiento, y sus justificaciones directas a tu bienestar, son uno de los remedios caseros a la reestructuración de tu emociones.

Las rumiaciones inconscientes generan pensamientos desadaptativos a nuestro desarrollo diario, por lo que debemos considerar la lógica de los pensamientos, y que muchos de ellos no provienen de la realidad  únicamente, sino también de nuestros recuerdos y propias interpretaciones.

Por ello, no olvidemos, que somos autores de nuestra propia vida. 

martes, 16 de abril de 2013

El superpoder de olvidar...¿o el de recordar¿

¿Te gustaría borrar por arte de magia todas las experiencias que te han generado dolor en la vida? Una respuesta apenas totalitaria dice que sí en cuestión de segundos. Y es que, ¿a quién no le gustaría poder vivir feliz toda su vida? Sin dolor, sin rencor, sin envidia, sin preocupaciones, sin arrepentimientos... Levantarnos de la noche a la mañana, y ver lo perfecto que es nuestro día. 

Olvidar todo lo negativo, para no tener que guardarlo en nuestro cajoncito de recuerdos. 

Hace poco, pude leer una frase que decía, que la vida era muy sabia, ya que si no aprendías la lección, volvería a repetírtela para que te acordases de como debes actuar en consecuencia a esa situación. Cuando las personas vivimos o reaccionamos de una forma equivocada ante un problema, aprendemos, o en teoría nos condicionamos a esa experiencia negativa. Sin embargo, los sentimientos, influidos por los recuerdos que seleccionamos inconscientemente nos hacen partícipes de poder volver a cometer los mismos errores, e incluso a pasar por la misma situación de nuevo. Tropezar de nuevo con la misma piedra, y generar un nuevo sufrimiento con componentes anteriores, aunque un poco más llevaderos gracias al principio activo del recuerdo. 

En función de la interpretación de esos recuerdos, y el equilibrio de las emociones con el regreso de la situación, cada uno de nosotros reacciona o bien deseando revivir aquella experiencia, con la esperanza de que cambie, o bien decide seguir su camino, considerando opciones probables en su futuro. 


El recuerdo nos sirve para aprender, para reestructurar nuestra visión de la realidad que nos rodea, y los componentes que la forman. Y de nuestra mano está sumergirnos en ese ciclo, o por el contrario generar un desarrollo lineal en nuestra vida. 


Por tanto, el recuerdo y la memoria, suponen un mecanismo de defensa para el ser humano, un superpoder único de cada uno de nosotros, para poder combatir ese daño, y protegernos de lo que anteriormente nos ha perjudicado. 

Nos pararemos a pensar y diremos, que el recuerdo no es tan bueno como pone aquí, pero, solo tenemos que considerar si es beneficioso o no, observando a aquellas personas que poco a poco van perdiendo sus recuerdos. No tener una historia, no tener nuestra vida guardada, y no haber aprendido de aquello que nos ha generado malestar. Sumirse en un ciclo infinito de acciones, buenas y malas de las que no obtendremos beneficio ni enseñanza alguna, porque volveremos a repetirlas una y otra vez. Eso es el "poder" de olvidar. 

Por eso, si alguien te pide que olvides, no lo hagas jamás, porque es tu motivo para saber si lo que realizas está bien o mal, y si te ha ocasionado algún daño del que debes aprender. No aceptes esa propuesta, porque sino abandonarás tu superpoder de recordar, y los superhéroes nunca se rinden. 

domingo, 14 de abril de 2013

No sé por qué estoy llorando!

El agua como elemento de vida, lo que nos mantiene. La relajación que nos transmite sentarnos en la orilla del mar, a escuchar las olas cuando llegan cerca de nosotros, y nos acarician los dedos de los pies, o la energía con la que nos moja la cara cuando empieza a llover y necesitamos liberarnos.

Ese abundante líquido que nos rodea, pero que también forma parte de cada uno de nosotros, no siempre nos resulta tan imprescindible. Las lágrimas, nuestro motivo de vergüenza. Porque llorar es de débiles, no hay que llorar por nada, nadie tiene que vernos llorar...

¿Y si, llorar tuviese otro significado?

En una ocasión, me llegó a decir una persona, quién había tenido vivencias suficientes como para enseñarme de la vida, que no sabía por qué estaba llorando mientras hablaba conmigo, y que era la primera vez que la ocurría. Que sentía mucha vergüenza por llorar, pero que no se encontraba mal, al contrario, se sentía muy bien y eso la frustraba. Yo la pregunté, de forma inocente por qué era malo llorar.


¿Tenemos que sentir necesariamente algo malo cuando se caen las lágrimas? En muchos casos sabemos perfectamente que no, ya que no podemos evitar inundar los ojos con el nacimiento de un nuevo inquilino en la familia, cuando una pareja decide casarse o cuando nuestro hijo consigue graduarse. Pero cuando las acciones o situaciones que nos rodean, no exigen una manifestación exagerada de la emoción positiva, nos frustra mostrar este mecanismo personal.


Llorar no implica vulnerabilidad, ni debe provocar vergüenza. Demuestra vida, humanidad e interacción con la realidad. En este caso, las lágrimas lo provocaban el hecho de ser únicamente escuchado, y de poder expresar lo que uno mismo siente. En algunos casos, apenas nos paramos a pensar en aquellas cosas que rozan nuestro corazón, y mostramos mayor importancia por vivencias que en un momento suponen gran parte de nuestra vida, aunque en el fondo, apenas tengan valor un escaso período de tiempo. Pero, las lágrimas por las que nos extrañamos o frustramos, guardan preocupaciones y sentimientos aún más profundos que los del momento, y por ello son importantes mostrarlos, y dejar que fluyan. 

Por eso, cuando lloremos, y no sepamos por qué es, nos encontremos bien, o por el contrario mal, dejemos que salgan... Porque las lágrimas son signo de vida, y de afrontamiento de tu propia realidad, tu motivo de sobrevivir a cada segundo. 


viernes, 12 de abril de 2013

Mamá, quiero ser mayor

Cuando de pequeña era la hora de acostarse, me iba corriendo a la cama, y esperaba el momento en el que papá y mamá me viniesen a dar el beso de buenas noches. Uno de esos días, mis sueños fueron dedicados a la pregunta que me hizo mi madre: Hija, ¿que quieres ser en un futuro? A la que mi respuesta fue: Ser mayor mamá. Soñaba con poder salir a la calle sola, ir al instituto, ir al cine con mis amigas, y, porque no, conocer a algún niño guapo y simpático. 

La vida de persona mayor tenía que molar un montón; levantarse para trabajar y ganar dinero, poder salir sin que nadie te dijese a que hora tenias que estar en casa...casarte con unos de esos vestidos de novia tan bonitos que había en las revistas, e incluso tener que cuidar de un nenuco que no pararía de llorar, pero dándole el chupete como el de aquel momento se dormiría. Y por supuesto, ser la mejor en el trabajo, ¡que nada se me resistiese como a ninguna heroína!

La imaginación voló durante aquella noche, y, en pocos días... tenía que empezar a estudiar los exámenes para el instituto, deseaba y descontaba las horas del viernes para ir a cenar y al cine con los amigos, y ponía mis mejores sonrisas al niño que me resultaba tan simpático. En lo que quise darme cuenta, salí del instituto para ir a la universidad, empecé a trabajar para poder ir de vacaciones con las amigas, y...conocí a mi primer amor, quién fue mi primer desamor, pero también al segundo. 

La importancia de darse a los demás, y la de observar de que manera lo agradecen, y también de la que no. El valor de la familia, incondicional a pesar de discusiones diarias producidas como fruto de la convivencia. 

Y sobre todo, el valor de sonreír. Aquel pequeño gesto, que en algunos casos, a pesar de ser algo sencillo, resulta tan tremendamente complicado, quizás de ahí su gran importancia. 

Cada noche al acostarme, me hago yo misma la misma pregunta: ¿qué quieres ser en un futuro? Y, curiosamente, la respuesta es la misma: Quiero ser mayor cada día.